Como adultos, llegamos a la conclusión de que las aventuras de los libros y películas de fantasía que llenaban nuestra infancia son casi imposibles de vivir. Nunca pensé que me volvería a arrollar ese mismo sentimiento. Groenlandia es pura magia terrestre; nuestro planeta en su estado más rudo y natural. Esta isla del círculo polar ártico te envuelve en un estado de impresión tan inmenso, que la vida adulta, las oficinas, la política, la tecnología, se desvanece bajo el respiro de este increíble paisaje de hielo.
En toda la isla irrumpen los glaciares, los fiordos y los icebergs. El impacto causado por el turismo en masa es inexistente, y como la población es tan reducida, la consecuencia de la actividad humana contemporánea es casi imperceptible. Es alentador saber que la identidad inuit en Groenlandia permanece respetada. La vida inuit sigue firmemente entrelazada con la naturaleza, a pesar del emborrono cultural causado por la colonización danesa. Recientemente, esta identidad al borde de destrenzarse ha vuelto a estrechar sus firmes nudos.

El estrecho lazo entre los habitantes y el entorno también se ve reflejado en el cuidado que rebosa en la preservación de otros aspectos tradicionales de Groenlandia, como su fauna y su flora. Desde pícaros zorros árticos hasta ballenas jorobadas, que se pueden apreciar desde cerca si se elige navegar entre las torres de hielo, ocupan la isla.
Me encantó algunas opciones de hospedaje turístico, que, sin abandonar la comodidad y el bienestar, se integra con el paisaje, ayudando a la absoluta inmersión. La empresa local con la que me hospedé consta de dos campamentos que se complementan perfectamente: uno que se localiza encima del círculo polar, y otro más al sur. Consiste en un retiro boutique, en forma de amplias tiendas de campaña blancas ligeramente elevadas del suelo por un escalón de madera. Ambos campamentos están perfectamente equipados para hacer frente al frío y al apetito polar.

Las jornadas en Groenlandia se pueden planificar de manera personalizada. Hay quienes prefieren pasar más tiempo en tierra, haciendo senderismo donde se puede contemplar paisajes de ensueño o explorar e interactuar con las aldeas. De mis favoritos fue un pueblo minero abandonado. Permanece intacto, como si se hubiese helado en el tiempo, con las máquinas aún desordenadas y donde se puede encontrar objetos personales en las casas. Provoca una sensación fantasmagórica.
En algunos de los paseos que se adentran más en el ámbito de la naturaleza, se ofrece la posibilidad de recolectar hierbas, setas, y mariscos, que luego se utilizarán para preparar platos locales juntamente con los guías. Escuchar las historias, creencias y anécdotas de los que llevan viviendo toda su vida en Groenlandia, mientras se comparten sus platos típicos, permite zambullirse en una cultura fascinante que desgraciadamente no es muy conocida globalmente.

Otros prefieren pasar más tiempo en el mar. Eligen embarcarse a avistar ballenas, narvales y belugas mar adentro, o incluso interactuar con el mar más cerca de la orilla haciendo kayak o paddle surf con un buen neopreno. Es difícil describir las sensaciones mientras navegas silenciosamente entre enormes icebergs con formas fantásticas o cuando estás en frente de un acantilado, inmerso en el ruido de miles de pájaros que están construyendo sus nudos.
Mi trabajo me mantiene viajando constantemente. Poder ver los rincones del mundo en el que vivimos es un verdadero privilegio, siguen pasando los años y aún quedo impresionado de lo mucho que me enriquezco y descubro con cada viaje. No obstante, esto también hace que cada nuevo destino tenga un mayor reto en causar una impresión trascendental en mí. Es algo muy personal, pero Groenlandia ha tenido un imponente efecto en mí. Es un país al que animo viajar a cualquiera. Ver la grandiosidad de la naturaleza de una manera tan extrema, te hace considerar seriamente si en algunos países nos hemos desviado con las construcciones humanas. Nada puede llegar a impactar más que la mano de obra de la naturaleza misma.